Paz y amor por la paz – una conferencia profética

Comment (Spanish) on ‘Vrede en vredelievendheid‘ (‘Paz y amor a la paz

by Fernando Millán Romeral

 

“Paz y amor por la paz”. Una conferencia profética del Beato Tito Brandsma

Fernando Millán Romeral, O.Carm.[1]

 

Tito Brandsma hombre de paz

En la década de los años 20 del pasado siglo, en Europa se iba generando un ambiente de tensión creciente, de conflictos mal escondidos, de radicalismo político y de violencia verbal, ideológica e incluso física. Las heridas mal cerradas de la Primera Guerra Mundial (a la que se denominaba la Gran Guerra, sin imaginar siquiera lo que vendría después), la crisis económica acuciante, la inflación y el paro, fueron el caldo de cultivo para que surgieran lideres fanatizados, extremistas y de tintes mesiánicos que -pese a su carácter algo histriónico y su andamiaje intelectual muy endeble- fueron capaces de electrizar a varias sociedades de Europa.

Pensadores de la talla de Heidegger (por poner solamente un ejemplo muy significativo) se dejaron arrastrar por la locura del nacionalsocialismo y en su discurso de investidura como Rector de la Universidad de Friburgo de Brisgovia el 27 de abril de 1933 (Die Selbstbehauptung der deutschen Universität) hizo una encendida defensa de la misión patriótica de la universidad y subrayó la importancia del dasein alemán, del destino alemán, y de la juventud alemana que se formaba en aquella famosa universidad. No fue el único. Muchos (incluso con buena intención) se dejaron tentar por una ideología perversa que ofrecía seguridad y que manejaba bien los símbolos, los himnos y los gestos capaces de aglutinar a las multitudes.

El 17 de octubre de 1932 -medio año antes del discurso de Heidegger- el profesor Brandsma era investido Rector de la Universidad Católica de Nimega. En su discurso, nuestro carmelita apuntaba con palabras certeras a la confusión ideológica que se estaba viviendo en toda Europa: “Vivimos en una época de gran confusión en el ámbito del pensamiento: los sistemas más contradictorios se consideran verdaderos y son defendidos con entusiasmo incluso por personas cultas”. Aunque su discurso trató sobre la imagen de Dios e incluía un amplio recorrido por la historia de la concepción de Dios que han presentado la teología y la filosofía, en determinados momentos, Brandsma asume una cierta crítica que no dudaríamos en llamar profética. Tengamos en cuenta que en 1932 la amenaza del nazismo era todavía incipiente (Hitler fue nombrado canciller en enero de 1933) lo que aumenta el valor de la denuncia del P. Tito:

“Podemos percibir que debe haber mayor respeto en las relaciones de los hombres entre sí y en su mutua dependencia, pero los economistas y los políticos más experimentados no nos ofrecen una salida del laberinto en que nos encontramos perdidos (…). En nuestros tiempos oscuros, la revelación de la imagen de Dios nos trae una luz nueva”.

Frente a la eufórica exaltación de lo germánico que propugnaba Heidegger (la autoafirmación de la universidad alemana al servicio de la “misión histórica” del pueblo alemán), Brandsma insiste en la necesidad de redescubrir una imagen de Dios que nos haga crecer en fraternidad, en sentido comunitario y en definitiva (aunque la guerra parecía aún un horizonte lejano), en la defensa de la paz.

En otras muchas ocasiones, el carmelita frisón hablará en pro de la paz y denunciará con valentía el pensamiento que provoca y promueve el armamentismo, la xenofobia, la exaltación de la raza o del poder. Por poner solamente un ejemplo, en su célebre homilía el 16 de julio de 1939 (en una eucaristía en honor de San Bonifacio y San Willibrordo), nuestro carmelita elevó un verdadero un canto al amor frente a aquellos que, en nombre de la fuerza y la falsa exaltación del hombre, lo consideran una debilidad y una degeneración. Sus palabras de denuncia de esa mentalidad belicista (que provocaron la crítica airada de algunos medios afines al nacionalsocialismo) fueron claras y directas:

“Vivimos en un mundo que condena el amor como una debilidad que hay que superar. No es el amor, dicen algunos, lo que hay que cultivar, sino las propias fuerzas: que cada uno sea lo más fuerte posible, y que los débiles perezcan. Son los mismos que afirman que la religión cristiana, pregonera del amor, ha cumplido ya su tiempo y debe, por lo mismo, ser sustituida por la antigua potencia germánica. Así es, por desgracia. Os vienen con esta doctrina, y no faltan incautos que la aceptan de buena gana…”

Conferencia en Deventer (1931): la raíz del mal

Pero fue en noviembre de 1931, en una conferencia en Deventer, ante las “respetables autoridades civiles y religiosas de la ciudad”, cuando el beato Tito trató de forma más específica e incisiva el tema de la paz. En dicha conferencia, nuestro hombre parte de una idea que (leída superficialmente) puede parecer pesimista: existe una dinámica en las relaciones internacionales que parece llevar de una guerra a otra, de un agravio a otro, de una ofensa a una venganza y así sucesivamente. Ello justifica la actitud que podemos resumir con el adagio “Si vis pacem, para bellum”. Incluso personas cultas muestran su resquemor y hasta su rechazo explícito del pacifismo y desconfían de los que anuncian un mensaje de paz. Más aún, el profesor Brandsma levanta acta de esa exaltación de la fuerza y del poder a la que se referirá posteriormente en diversas ocasiones de su vida y que era una nota distintiva de los sistemas políticos nacientes (nazismo, fascismo, comunismo). Pero el pensamiento de Tito Brandsma está bien lejos del pesimismo antropológico, del fatalismo resignado o del derrotismo que nos lleva a pensar que a una guerra le tiene que suceder otra. Se hace necesario invertir esa dinámica que lleva solamente a la destrucción.

Trabajar por la paz no es sólo tarea de los gobernantes o de los políticos. Para el profesor Brandsma, todos somos corresponsables en esa misión, todos podemos hacer más por la causa de la paz. Nuestro carmelita es consciente del sentido fuerte que tiene esta palabra (“corresponsabilidad”) y, por ello, la subraya con fuerza y audacia en su conferencia: todos hemos hecho algo que ha favorecido la guerra y todos podemos hacer algo que favorezca la paz.

Nunca han faltado -subraya Brandsma- en la historia de la humanidad, personajes (“heraldos”) que han anunciado la paz y que han trabajado por la paz. Mirando hacia atrás (y tras la experiencia de tantas guerras) parece que su testimonio y su esfuerzo fueron inútiles y estériles. Pero no es así. Su voz resuena todavía en nuestros corazones. Y entre todos ellos, el P. Tito destaca la voz de Aquél que, tras los acontecimientos terribles de la pasión y la crucifixión, lanza como primer mensaje pascual, una hermosa llamada a la paz: “Os dejo la paz, mi paz os doy” (Jn 14,27).

Como él mismo afirma al inicio de su conferencia, el profesor Brandsma hablaba ante personas de diversos credos y afinidades políticas. Por ello, resulta muy destacable el tono de propuesta, de oferta, de invitación, que asume su referencia a Cristo como “rey de la paz” y como heraldo del mensaje de paz. Podemos suponer que entre el público hubiera protestantes e incluso cristianos de iglesias orientales (sobre todo teniendo en cuenta la activa participación del beato Tito en el llamado “apostolado de la reunificación”), pero no sería descabellado pensar que hubiese también judíos. Por ello, nuestro hombre no quiere que su referencia a Cristo pueda crear división o rechazo de su mensaje de paz y -con el estilo humilde y “ecuménico” que Brandsma utilizaría en otras ocasiones- nuestro hombre insiste en que, “aunque no todos compartimos las mismas convicciones respecto a la misión de Cristo en este mundo”, sí que podemos compartir la llamada que Él hizo en favor del amor y de la paz entre todos. Es muy interesante ese equilibrio entre la identidad católica y sacerdotal que el P. Tito no oculta (incluso insiste en ello) y el tono franco, dialogante y hasta humilde con el que comparte el mensaje de paz de Jesucristo. Más aún, el P. Tito subraya en varias ocasiones en que hay diferencias profundas en cuanto al sentido de Cristo en nuestras vidas, pero todos podríamos estar de acuerdo (en teoría y en la práctica) en lo referente a su llamada a la paz.

Creo que esta actitud de nuestro hombre es un buen ejemplo del talante ecuménico que mostraría en muchas ocasiones a lo largo de su vida e incluso en las circunstancias dramáticas de los campos de concentración por los que pasó al final de la misma.

Pero el mensaje de paz de Cristo no se limita a una paz superficial, a un frágil acuerdo, a un equilibrio de egoísmos… (“no os la doy como la da el mundo”) sino a una paz más profunda, a algo que nace del corazón y que transforma las realidades sociales, políticas, económicas, etc… Por ello, el profesor Brandsma insiste en que nuestro análisis de las causas de la guerra no puede limitarse a los aspectos superficiales, sino que debe llegar hasta las causas últimas para poder entender la raíz misma de la guerra y de la violencia. Y en el fondo, lo que se encuentra (Brandsma toma la expresión prestada del economista holandés N.J. Polak) es una especie de “egoísmo colectivo” que lleva a las naciones, a las clases sociales, a los partidos políticos a buscar sólo el bien propio incluso a costa de pisotear los derechos de otros países, grupos o entidades.

Si no cambiamos esa mentalidad, si no creemos en que es posible pensar de otra manera, si no nos comprometemos seriamente a fundamentar nuestras relaciones sociales en otros valores… el conferenciante señalaba que la guerra y la violencia serían inevitables, como de hecho ocurriría pocos años más tarde. Por ello -y en este sentido el pensamiento de nuestro carmelita es muy hermoso-, debemos creen en la paz, creer que la paz es posible, rechazar la idea (muy bien manipulada por ciertas ideologías) de que la guerra y la violencia son inevitables porque son inherentes al género humano y forman parte de nuestra condición.

Algunas sugerencias

Pero no pensemos que la conferencia del Profesor Brandsma se quedó solamente en una reflexión filosófica o teológica sobre las causas últimas de la guerra. De su discurso se desprenden algunas sugerencias prácticas y algunas denuncias muy concretas que siguen teniendo plena vigencia hoy en día, casi noventa años más tarde. Destacaré solamente tres.

Conociendo la personalidad de nuestro hombre y su profunda vocación periodística, hay que destacar en primer lugar su denuncia de la manipulación de la opinión pública por parte de algunos medios de comunicación, manejados a su vez por grupos de presión o por ideologías políticas que no temen emplear grandes sumas de dinero para este objetivo. Al final de su conferencia, Brandsma destaca la opinión de Limburg (un alto cargo de la Liga de Naciones) en este sentido: para el experto diplomático el posible éxito o fracaso de la Liga de Naciones dependería en gran medida de la colaboración de los “mass media” con la noble tarea de la paz. Brandsma, periodista, buen conocedor del mundo de la prensa y teórico del rol que el periodismo católico desempeña en las sociedades modernas, era bien consciente del papel “incendiario” y peligroso que los medios de comunicación podían jugar en favor de un nuevo conflicto armado. Por ello, su llamada es urgente y apremiante, la prensa nacional e internacional debe desempeñar un papel más activo en pro de la verdad y, por tanto, en pro de la paz y el desarme.

En segundo lugar, habría que destacar otro elemento muy característico del pensamiento y de la vida del beato Tito (¡en ciertos ambientes llegó a ser conocido como “el conciliador”!) que aparece en su conferencia: la importancia del perdón y la reconciliación, también en las relaciones sociales y políticas. Para algunos pensadores (cita de pasada a Nietzsche), el perdón viene a ser una muestra de debilidad impropia del Übermensch y de su voluntad de poder. Brandsma conocía bien estos sistemas de pensamiento que en más de una ocasión habían sido analizados (y criticados) en sus clases de Nimega. Pues bien, para el profesor Brandsma, el perdón no es un signo de debilidad sino algo heroico, propio de personas grandes. Todo ello es aún más importante (y preceptivo) para el auténtico creyente en Cristo y en el Evangelio. Aunque fuera una forma de pensamiento en boga, el cristiano -según Brandsma- no puede someterse a ese fatalismo que excluye el perdón de la vida política y de las relaciones internacionales, y que lo margina y reduce a lo privado y personal. No debemos temer al perdón genuino, más aún, no debemos minusvalorar su fuerza y su capacidad de generar un mundo mejor, más justo y más pacífico.

Por último, yo destacaría la importancia que concede nuestro hombre a la creación de un organismo supranacional que pueda arbitrar en los conflictos y orientar a las naciones hacia una paz estable y duradera. En este sentido, Brandsma no ahorra elogios a la Sociedad de Naciones, si bien era bien consciente de sus limitaciones que acabarían por frustrar las buenas intenciones con las que fue creada. Parece ser que nuestro hombre seguía con interés las noticias sobre la Sociedad de Naciones y cita en la conferencia a algunos de sus líderes y fundadores, como Aristide Briand (unos de los firmantes del Pacto de Locarno en 1925), el mismo Dr. Limburg (Consejero de Estado y profesor universitario que desde 1926 fue presidente de la “Vereeniging voor Volkenbond en Vrede”) o personajes que trabajaron por la paz en otros ámbitos como el profesor De Langen Wendels (fundador de la Liga de Católicos holandeses por la paz), el Obispo de Berlín (en aquel entonces Monseñor Christian Schreiber) quien en una homilía había defendido la necesidad de la Sociedad de Naciones como garante de una paz que ya se antojaba frágil, o incluso el Papa Pío X quien, en 1914 (al inicio de la “Gran Guerra”), pidió al Presidente de los Estados Unidos, Mister William Howard Taft que hiciera todo lo posible por la noble causa de la paz.

A modo de conclusión

En esta conferencia el Profesor Brandsma muestra una fina sensibilidad ante los problemas sociales de su tiempo y en especial hacía el peligro de una nueva confrontación. Como otros intelectuales de su tiempo, Brandsma es consciente de que -para evitar una nueva tragedia- se hacía necesario un cambio de mentalidad que pusiera la paz en el centro de los corazones y de las sociedades. Si no, el estallido de una nueva guerra sería solamente cuestión de tiempo (como así fue).

La conferencia muestra también el talante ecuménico e integrador de nuestro carmelita, quien -dirigiéndose a un auditorio variado y pluriconfesional- ofrece el testimonio de Cristo Resucitado con un tono que pretende integrar diversas sensibilidades en la causa común de la paz. El mensaje de paz de Jesucristo puede ser aceptado por personas de diversos credos sin que ello suponga renegar de sus creencias.

Por último, nuestro hombre muestra cómo el místico, el contemplativo, el espiritual, no es una persona apartada de la realidad que le rodea ni se recluye en una burbuja aséptica e insensible, sino que -¡precisamente por serlo!- es alguien sensible y abierto a las necesidades, dramas e interrogantes de los hombres y mujeres de su tiempo. Quizás sea ese el test de una verdadera espiritualidad…

Fernando Millán Romeral, O.Carm.

  1. Publicado en holandés: Fernando Millán Romeral, ‘Vrede en vredelievendheid. Een profetische voordracht van Titus Brandsma’ , in: Anne-Marie Bos (ed), Titus Brandsma. Spiritualiteit dichtbij in veertien teksten, Baarn 2018, 208-215. (traducción: Loet Swart)

 

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